Suspendido, boca abajo, del alféizar de la ventana más alta de su castillo mordisqueaba con ahínco la penúltima de sus afiladas uñas incapaz de hallar solución al grave problema que mancharía la impoluta carrera de los ilustres de su familia. En cuanto le dijera a su padre lo que no podría ser en la vida lo iba a convertir en polvo en menos que cantaba un gallo, sin usar siquiera una maloliente ristra de ajos. Sería la deshonra de una alcurnia que se perdía en el inicio de los tiempos y que no avanzaría más allá de esa noche.
Amarilleaba su rostro bajo la luna plena cuando una luz, de otra naturaleza, iluminó su entendimiento. Con las migajas de su última uña vació las cuencas de sus ojos mientras esbozaba una sonrisa triunfal: Jamás volvería a desmayarse cuando las víctimas de sus mordeduras empezaran a sangrar. ¡Al fin sería el orgullo de lo suyos!
Amarilleaba su rostro bajo la luna plena cuando una luz, de otra naturaleza, iluminó su entendimiento. Con las migajas de su última uña vació las cuencas de sus ojos mientras esbozaba una sonrisa triunfal: Jamás volvería a desmayarse cuando las víctimas de sus mordeduras empezaran a sangrar. ¡Al fin sería el orgullo de lo suyos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario