21 de septiembre de 2009

Abra kadabra


Mientras dormían el dinosaurio aprovechó para dar tres pases mágicos. Ya nunca jamás podrían decir que cuando despertaron él seguía ahí.

17 de septiembre de 2009

El de Monterroso

Seguía ahí cuando abrió los ojos, así que decidió cerrarlos de nuevo. Estaba visto que aquella era la única manera de conseguir que despareciera el pinche dinosuario.

Madre



Madre...
He regresado al pueblo, después de tantos años, de pensar que nunca volvería. Tal vez por eso me siento extraño, tal vez porque nada está como lo recuerdo. Ni el río, ni las casas, ni siquiera los rostros que se cruzan conmigo son los que dejé. Hasta la iglesia se me antoja diferente, más chica, como si el agua que ha caído en mi ausencia hubiera encogido sus losas. Ni tan siquiera su campana repica como antaño, cuando llamaba a misa a la viejas, a las beatas y santurrones de este lugar.

No me he atrevido a ir a la casa de Anselmo, aunque me prometí hacerlo si regresaba. ¿Qué decirle? En cambio, sí me acerqué a la nuestra. Madre…, ¿qué sucedió…?


**
Un viento desapacible recorre la plaza en remolino, levanta las hojas del otoño y el polvo de las calles. Huele a noche cerrada, a pisadas que cantan el tecolote, y el pueblo estalla en alaridos. Siento su miedo, sus pasos desorientados que acaban convertidos en una carrera de dolor. Gritan mi nombre y mi razón se nubla.

Veo a Anselmo. Pasea nervioso, sin dejar de frotarse las manos, de recomponerse el nudo del corbatín que parece ahogarle. A su lado, algunos del pueblo, compañeros de siempre.

La señal de peligro sigue balanceándose en el aire, en el recuerdo del grito que llevaba mi nombre, en la cara de todos ellos, en la noche negro azabache que se niega a abandonarme.

Siento a Padre a mis espaldas. Huelo a flores marchitas, a madera vieja, a piedras marmóreas. Siento la humedad de la tierra sobre mi cara.



Madre…

He debido caminar en el recuerdo hasta la casa de Anselmo, iluminada. La de Padre, la nuestra, permanece a oscuras, con los pórticos cerrados y las contraventanas. ¿Qué fue de ustedes…?


**
El pueblo se proyecta como una sombra sobre el mismo. Un aire desapacible mueve las ramas de los árboles, vuela las pocas hojas que cuelgan secas, remueve el polvo de esta tierra árida que se adhiere a la garganta.

Oigo pisadas que abandonan la casa de Anselmo y crecen hacia la nuestra. Escucho su voz, madre, su negativa. Siento su miedo y sus pasos desorientados que acaban convertidos en una carrera de dolor. Grita mi nombre y un destello plateado atraviesa el torso de un hombre escondido en una callejuela.


**
Anselmo no deja de recomponerse el nudo de la corbata que parece ahogarle. A su lado, los del pueblo, compañeros de juegos hasta que los ideales nos truncaron. Sé a padre a mis espaldas, aunque no puedo verlo. A usted, madre desconsolada, llorar sobre mi féretro.

14 de septiembre de 2009

Envidias a la moda

Escandalosa, además de indecente, se le antojaba la nueva pilinguis del barrio. Melena atigrada (por el desgastado panocho de bote y por el volumen creado a base de enmarañar el cabello con un peine al que le faltaban seis púas), pantys de rejilla plateá (que exhibían agujeros de todos los tamaños), cinturón de escasa anchura que hacía las veces de falda y, para rematar, un body de lentejuelas, sin mangas, que aprisionaba inmisericorde sus enormes protuberancias delanteras.

¡Escandalosa e indecente, sí señor! Porque... ¡¿Dónde se había visto a un puta con bodys de cuello alto?!

11 de septiembre de 2009

Equilibrismos

Que en el suelo se encuentra el final es algo en lo que Ginebra no había pensado mientras tonteaba con Lancelot en el alfeizar de la ventana.
Arturo no se tragó que sólo intentaban orientar bien la antena parabólica.