23 de junio de 2009

Bombero

Una promesa es una promesa

A dos amigos de mi memoria



Aquel desván acumulaba recuerdos como motas de polvo anegaban sus dominios. Una existencia infinita le había permitido atesorar tantos inservibles, que cuando me aventuré en él, siendo apenas una niña, sus penumbras, su olor, sus sonoros silencios, lo que permanecía oculto, me cautivaron.


Era raro el día que no lo visitaba. Al principio con miedo, no fuera que alguna de las pequeñas criaturas que lo habitaban saliera a darme la bienvenida sin previo aviso, luego con tanta impaciencia por averiguar qué me depararía la nueva visita que ni un fantasma habría sido capaz de hacerme desistir en mi empeño por descubrir qué escondía: lo visible y lo invisible, lo que se palpaba o lo que uno se imaginaba.


Una tarde, a la hora de la siesta (que yo nunca hacía, porque me parecía una soberana pérdida de tiempo), aprovechando el silencio en que quedaba sumida la casa ,subí aen busca de algo con que jugar, algo que rescatar del olvido. Entre montones de papeles descubrí una maravillosa historia de amor.


Nunca pude averiguar si fue verdad.



"Lo decidí el día de mi quince cumpleaños.

Yo lo que quería era ser bombero, bombero para apagar incendios, bombero para lo que haga falta, pero sobre todo para apagar fuegos, de los de verdad (con llama) y los de su corazón (sin llama, pero que a mí me causaban más respeto y atracción que los anteriores).

¿Recuerda cuando con mi guitarra al hombro, camino de algún paraje tranquilo en el que dar rienda suelta a mis sentidos, me crucé con vos?

Es verdad que siempre pensé que yo la vi primero, pero también es verdad que nunca he dejado de pensar si sería vos quien me vio primero, porque no hay forma de recordar si en cuanto la miré nos miramos o en cuanto me miró nos miramos. Eso, eso fue lo único que se me escapó, todo lo demás lo llevo guardado en mi corazón, sobre todo cómo supo sonreír bajando la mirada para hacer que me enamorara de vos y entonces decidí que yo lo que tenía que ser era bombero, para apagar su fuego.

Sólo habían pasado cinco minutos y ya nos habíamos visto tantas veces...

Pero quiso el azar que al final yo no fuera bombero, a pesar de mi deseo. Y que nuestro enamoramiento no acabara en casamiento en aquel momento.

Quiso el azar que yo fuera pateador de pelotas y que por mis pies tuviera que salir de su vida, aunque nunca la olvidé y en la distancia la soñaba.

Y tiempo después fue también el azar, el que nos unió y nos separó, el que de nuevo me hizo desear ser bombero, porque yo lo que siempre quise ser fue bombero.

Y usted de nuevo ante mí, toda de negro, como de incógnito, como si con ese color pretendiera que no la viera. Pero la delataron sus ojos, su mirada, la misma que cuando la miré y nos miramos por primera vez o me miró y nos miramos por primera vez (ya le dije antes que nunca conseguí que ese recuerdo me quedara claro).

Usted algunos años más tarde de que yo la abandonara por culpa de unas pelotas y de unas circunstancias que me arrastraron tan lejos que le perdí la pista, pero sin olvidarla. Y todo por culpa de unas pelotas que de nuevo me llevaron ante usted y de nuevo me hicieron desear ser bombero.

Ya sé que no tenía la obligación de ir y usted tampoco. Fue el azar. Yo pensando, tranquilo, no vaya a ser que la espante o lo que es peor que le atice por no haber sido al final bombero. Yo pensando, ¿tranquilo?, ¡un cuerno!, pero manteniendo la compostura. No quería que pensara que lo de patear pelotas me había convertido en un histérico. En un ser solitario puede y falto del cariño que un día soñé, pero no en un “histérico descontrolado” que ya en edad madura pegaba saltos frente a usted para llamar su atención. Porque fue su sola visión lo que me hizo saltar de ese modo, a pesar de los años pasados y vividos. Porque fue su presencia la que me hizo desear de nuevo ser bombero y como ahora a mis años ya no había peligro de que otras pelotas se interpusieran entre nosotros decidí aventurarme y preguntar, aún a riesgo de que usted me atizara, por mi desplante y por mi desvergüenza.

Y aceptó y nos casamos y no fue un error (como un loco dijo que sería). Ni siquiera hubo divorcio, ni tampoco hijos, no porque no quisiéramos, si no porque a nuestros años eso ya no era tarea fácil.

Y yo te recuerdo, de negro y con sabor a mate y a “biscochitos”.

Y yo te recuerdo cuando deseaba ser bombero y cuando tú aceptaste, aunque al final nunca llegara a ser bombero."

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