7 de julio de 2008

Días de sol abrasador


Días de sol abrasador dijeron los meteorólogos. Días de sol, de calor, de todo lo que hace insoportable respirar y vivir a un ser humano.
Una masa de aire caliente procedente de las zonas desérticas del planeta: esa era la única explicación que los expertos daban a una población que, incapaz de soportar ni un segundo más la situación, entregaba sus primeras víctimas.
Una gigantesca bolsa de aire tórrido que se había extendido sobre nuestras cabezas como una epidemia, invadiéndolo todo, sin dejar un solo rincón por cubrir con su espeluznante aliento.

Si bien la Tierra era, desde hacía años, un mundo azotado por largos periodos de sequía las temperaturas se habían mantenido dentro de unos límites perfectamente soportables.
Cuando los termómetros empezaron su ascenso pensamos que aquello era cuestión de días, pero cuando los días dieron paso a semanas y éstas a meses, la población se desmoronó. Se agotaron todos los remedios y artilugios ideados para paliar el calor y se disparó el gasto eléctrico. Desde los gobiernos se lanzaron llamadas para un 'consumo contenido y racional de la energía' pero la población hizo caso omiso. Resultaba increíble que a pesar del alto nivel de desarrollo tecnológico que habíamos alcanzado no estuviéramos preparados para hacer frente a esos niveles de demanda. Los cortes en el suministro eléctrico se repitieron a lo largo de los días. Semanas después, a éstos se sumaron cortes en el suministro de agua. Nuestras principales reservas estaban bajo mínimos.

Las calles quedaron desiertas. Casi nadie se atrevía a salir de día. Sólo los que aún disponían de vehículos acondicionados se aventuraban a pasear por la ciudad. El resto esperaba a la caída del sol para ir en busca de lo necesario para cubrir las necesidades más básicas.
Cuando las temperaturas nocturnas empezaron a superar los cuarenta grados las salidas de la población se redujeron. Las noches eran insoportables. Ya no era posible ni conciliar el sueño.

Los hospitales se vieron desbordados por una población que se deshidrataba y sufría todo tipo de colapsos. Los pirómanos aprovecharon la situación para quemar las preciadas reservas vegetales que quedaban en el planeta. Miles de hectáreas de bosques perecieron víctimas de las llamas. Poblaciones enteras fueron arrasadas. Las pérdidas materiales y humanas fueron en pocos días incalculables. Los actos de pillaje no tardaron en producirse. El planeta entero se vio sumido en el caos más absoluto.

Un buen día dejó de ser noticia el calor que nos asfixiaba. Las grandes masas de agua del planeta le robaron todo el protagonismo. Los medios se hicieron eco de las altas temperaturas que estaban alcanzando mares y océanos. Ya no se hablaba de otra cosa. La noticia ahora era el elevado calor ambiental que sumado a ese incremento en la temperatura del agua, traería tarde o temprano lluvia. Una lluvia que refrescaría ese ambiente calcinado, polvoriento y carente ya de muchas forma de vida. ¡Al fin un atisbo de esperanza!


Lo que entonces no sabíamos es que la lluvia jamás sería preferible a ese calor abrasador…

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